miércoles, 25 de agosto de 2021

Clever girl

¡Jurassic Park es mi Star Wars!

Esta es la frase que he utilizado no en pocas ocasiones cuando intento defender un punto desde el fanatismo. Extendida a casi cualquier debate cuando el tema en la mesa es de mi interés.

En honor a la verdad, no recuerdo bien si a causa del furor por la película fue que la revista Dinosaurios —publicación semanal que se ofrecía cada lunes por nueve nuevos pesos— fue creada o si esta ya existía. Y desde aquí tengo ya problemas con la temporalidad, pues los nuevos pesos entraron en vigor en 1993, en cuyo verano se exhibió dicho Blockbuster.
Voy a atreverme a decir que la revista ya se publicaba desde enero. Apoyándome en viejas reminiscencias ajustadas al primer semestre del año.

Cuando cursaba el quinto año de primaria en la Escuela Justo Sierra, ubicada a un par de calles del Hospital General de La Raza, en el entonces Distrito Federal. Mi tío Ramón, hermano de mi mamá y quien por aquellos días estudiaba en Zacatenco, pasaba por mí a la salida. Cada lunes buscábamos en los puestos de revistas de los andenes de la estación del metro, la nueva entrega semanal. Sería hasta el mes de junio cuando los cines se inundarían de esqueletos prehistóricos. Pero estoy seguro que a pesar de no contar con la facilidad de acceso a la información como existe hoy en día, ya mucha gente estaba bien enterada y sacando raja del asunto. El nombre de Spielberg no era ajeno y la producción tenía ya más de un año de rodaje en Hawái para cuando yo devoraba las páginas de tan singular publicación.

Sobre la vida de esas revistas en mis manos, basta decir que desaparecieron en un mar de dudas y, al igual que los seres que las inspiraron, de su destino sólo quedaron hipótesis. Los cerca de cien números coleccionados a lo largo de cuatro años se esfumaron y la teoría con mayor aceptación, sugiere que alguien me las robó durante una mudanza.

Por fortuna y, haciendo eco de otra de mis frases favoritas, “todo existe gratis en internet”. Claro que llegué a contactar a gente que ponía sus recuerdos materiales a la venta. Hace unos diez años, incluso estuve a punto de ser estafado por un sujeto de Coahuila. Resultó que nunca tuvo intenciones de enviarme nada y pude descubrirlo al hacerme una cuenta falsa que buscaba hacer una especie de puja online en el momento que tuve ligeras sospechas. La decepción.

Recordé que no soy un lego cuando de buscar información en internet se trata y por un tiempo incluso pude costear parte de mis estudios con la urgencia de la gente por conseguir cosas de forma no legal. No me enorgullece, pero encontrar el cómic de la banda Pantera en PDF era un crimen sin víctimas. Recuerdo el día que encontré un sitio que albergaba la colección digitalizada de Dinosaurios de Planeta de Agostini. Su nombre completo. Alguien ahí afuera era incluso más apasionado que yo: no sólo tenía la colección de inicio a fin, sino que le dedicó una impresionante cantidad de tiempo a escanear con lujo de cuidado y regalarlas al mundo. El héroe permanecerá anónimo pues así lo decidió. Huelga decir que apenas tuve oportunidad, me guardé copia de todo y lo subí a mi propio drive para los días lluviosos. Si alguien tiene interés, puedo compartirle el acceso. 😉

Ejemplo de la versión PDF

A esa edad todo impresiona. Y los dinosaurios no tienen un efecto menor sin importar qué clase de persona se trate. No ha llegado el día en que escuche a alguien decir que odia los dinosaurios. 

Ahora. Si bien la fórmula de los monstruos prehistóricos en pantalla no era nueva, es por todos apreciada la revolución visual que significó. No son pocas las anécdotas de personal de producción mencionando lo impresionado que estaba el director Steven en cada screening. Tan extenso fue el tiempo de filmación y edición, que él ya dedicaba sus días dirigiendo la siguiente película en Europa. Mientras, en algún estudio del nuevo continente, el T-Rex no tenía aún definido si debía corretear al Dr. Grant y los niños en una balsa río abajo o un Jeep por la jungla, como finalmente pasó. 

Mi wallpaper durante la Universidad

Aquel día de verano que mi papá y mi tío me llevaron al cine Apolo en Ciudad Satélite, un inusual filtro prohibía el acceso a menores de 13 años. Yo, ataviado con la gorra oficial y una enciclopedia formada por unos veinte fascículos de la mencionada revista bajo el brazo, volteaba con impotencia a ver a mi padre. Mientras él reclamaba la regla argumentando que yo ya tenía trece lo cual no solo era mentira, sino que además mi físico no ayudaba soportar el engaño alguien en la fila le gritó al acomodador que ya había visto la película dos veces y que uno de los actores se veía más chico que yo. Lo que era cierto: Escuálido y todo, pero sí le ganaba al tal Tim en un tiro a muerte con navajas.
Y nos dejaron pasar.

Única imagen que hallé del Cine Apolo. A una cuadra de Plaza Satélite

Esa noche salí de la sala dudando todo. ¡Cómo era posible que algo así existiera! No sabía por dónde empezar a ordenar las ideas. Lo primero que dije al salir, creo, fue algo como, "El título está mal". En mi mente, tanto mi papá como mi tío habrían volteado los ojos por enésima ocasión y sólo puedo compadecerlos por tener que soportar a un sabelotodo respondiendo con gritos al aire las preguntas que nadie hacía: ¿Cómo se llama ese dinosaurio?, ¿Por qué corren así?, ¿Qué es eso que le escupieron al gordito?
El tipo de la fila que estaba viendo el filme por tercera ocasión seguro se arrepintió por ayudarnos a entrar.

Estaba decidido a perseguir la ciencia en cualquiera de sus formas: desenterrando huesos, viajando y viviendo en África, estudiar la genética y evitar el error de las ranas transexuales o convertirme en el Bad Motherfucker de la computación. ¡Eso! Cuando el polvo se asentó, la respuesta estaba en las computadoras: Ellas los trajeron a la vida después de millones de años. ¡Ellas pueden hacer lo que sea!


El enamoramiento con las computadoras duró unos años más que aquél que tuve por los reptilotes. Incluso llegué a estudiar la carrera técnica en computación al tiempo que la Internet despertaba. Quizás debí seguir ese camino. Todo está en el pasado ya. Pero, de la misma forma en que mi romance con la computación facilitó mi autoaprendizaje, permitiéndome dominar programas para efectos prácticos tanto educativos como laborales; mis coqueteos con la ciencia ficción derivó en muchas vertientes. No me extrañó encontrarme con personas que compartían mis gustos. Ellos veían el mundo como yo: un sinfín de posibilidades donde las herramientas estaban al alcance y los temas de conversación no veían fin. No exagero, como ven, cuando digo que Jurassic Park me cambió la vida. Todo inició ese día. Todo lo que soy fue moldeado a partir de aquel asombro. No pudo suceder de otra manera. Y no lo hubiera querido.

En el libro de Crichton, una banda de estos compas mata al Dr. Hammond

Puedo dibujar una línea recta desde el día que fui al cine Apolo y la vez que entré a ver El Señor de los Anillos en Sinaloa durante unas vacaciones. La obsesión por los detalles y la posibilidad de creación cuando, estudiando en la Vocacional, un maestro nos mostró lo más básico de lenguaje de programación para replicar un juego RPG; los juegos de rol que ya no son endémicos de los nerds sino de todo aquel que se precie de tener un poquito de imaginación y tire un dado con veinte caras. La urgencia de mostrarle mi mundo a todos, pero la sabiduría de entregar a cuentagotas mis pasiones más añoradas. El día que mis hijos vieron Mi vecino Totoro por primera vez y, al terminar, me pidieron que la viéramos de nuevo, como un suceso feliz. Y todo se resume el día de hoy, cuando mi novia me compartió una nota de voz donde se escucha a su hija de cuatro años pedirle que le ponga Jurassic Park para desayunar. No diré que lloré. Pero si me conocen bien, puede imaginar la cara que puse. Clever girl indeed!

No. No esa cara.

No sería un post digno, sin compartirles algo de todo esto. Como Crichton ya se murió y se ahorró ser testigo de la basura en que convirtieron su obra, y Spielberg se pudre en dólares, les dejo copia del libro para que sean esa persona insoportable de las fiestas que señala cada diferencia entre lo escrito y lo que vemos proyectado:

domingo, 11 de octubre de 2020

Recuperando refugio

Trataré de ser tan congruente como pueda: Cada vez me alejo más de la escritura como ejercicio. Uno pierde práctica, ¿saben?. Hablando de eso, ¿todavía recordaré cómo andar en bicicleta? Sé que de plano en patineta ya no. Casi me rompo el ocico jugando con una en el súper el otro día. Y sí, OK, aunque nunca tuve una tabla, sí usaba las de mis cuates con regularidad. Y sí, está bien, nunca me tiré de la media pipa, pero podía andar por las calles de la ciudad subiendo y bajando banquetas. Bajando, más que subiendo. Bajando con mal estilo.

No olvido la cara de sorpresa que hace años puso un vecino cuando agarré su  bicicleta para lanzarme de volada por el cambio de los gansitos que había olvidado en la tienda.
"¡Pensé que no sabías andar en bici!" -me dice.
Y porqué diablos pensó eso, me pregunté.

Y la cosa es que tal vez se le hizo raro porque nunca me había visto andar en bici hasta ese momento; de la misma forma en que sólo los de la Voca 8 me vieron agarrarme de la defensa de un microbús para patinar por Avenida de las Granjas. En ese entonces, las micros se llamaban peseras. Tanto así ha pasado. Obvio me iba a romper la madre en el Walmart probando ruedas.

El muy pendejo de mi pensó que podría patinar al tiempo que llevaba el carrito para la despensa; de la misma forma en que ¡en ninguna película en la vida ha ocurrido! y, de no ser por mi instinto de supervivencia -esa voz que cada vez se hace más notoria y que de niños nos vale madre porque los huesos soldan fácil y básicamente estamos idiotas- no estaría escribiendo esto. O tal vez sí, pero con un chingo de pena cuando alguien me pregunte porqué estoy escribiendo sobre cómo me caí con un bolígrafo entre los dientes porque quedé todo parapléjico como el ídolo de Bart Simpson.

Voy a aprovechar este ratito en mi blog porque quien sabe cuándo vuelva.

Lo cierto es que me tienen fastidiado las redes sociales. No nada más porque sale un chingo de publicidad, sino porque ya me hace dudar de mi mismo: Es decir, entiendo perfecto que me aparezcan modelos de No-Breaks si por Whatsapp platico con mi novia sobre la importancia de tener un regulador de corriente, porque ahora las computadoras están prendidas todo el día y nadie quiere morir en un incendio eléctrico. Pero lo gacho es cuando sale publicidad de chingaderas que nunca platicaste con nadie y tartas de hacer memoria si en verdad en alguna ocasión insertaste las palabras "liguero para hombre" en el buscador. Modo incógnito mis huevos.

No, deja tu la publicidad. Esa la ignoras tantas veces como aparezca. Es la raza.

Ya nadie sabe comportarse en ningún sitio. Facebook ya no es el lugar donde busco estar al tanto de mi familia regada por el planeta. Ya nomás veo memes a lo pendejo. Ahora videos de gente bailando o haciendo lipsync de comediantes sin gracia. Twitter ya no es mi fuente fidedigna de información tanto como el sitio donde me crucifican por externar cualquier opinión. Por cierto, en dos ocasiones me puse a contestarle a los que me insultaron y, entre los fans de Gloria Trevi y los fans del Xbox, los gamers son todavía más niñas y maricas. Me cae que la comunidad diversa aguanta más vara. Y no es que les haya insultado, nomás hice mención de cómo algunos idolatran a la señora esa que mató a su bebé y nadie se acuerda porque pues todavía no habían nacido, pues.

Instagram me gustaba pero ya nada más ves unas tantas fotos, de pronto sale una palomita que dice, "cámara ya estás al corriente, a continuación observa ¡doce kilómetros de fotografías de gente que ni conoces!"

Ah, y luego cuando quieres buscar algo en Instagram, salen “sugerencias” y están plagadas de viejas haciendo pilates enseñando la raya. Y hombre, no soy ningún persignado, pero yo jamás pongo en el buscador: “viejas haciendo pilates enseñando la raya, por favor”, por dos motivos básicamente; tengo hijos pequeños que en cualquier momento pueden tomar mi teléfono y jamás los expondría a imágenes no adecuadas y, además, ¡qué pedo no soy un pinche pervertido! Por diosito que no. ¿A alguien más le pasa? Porque es que yo ni like le doy a esas cosas del diablo. Me saca mucho de onda.

Foto real de mi Instagram cuando toco la lupa de búsqueda:


Entonces sí. Tantito hasta la madre de las redes. Y sí, al igual que Bob Patiño utilizando un canal de Televisión pública para hacer terrorismo contra la Televisión pública, entiendo la ironía de utilizar mi blog para denunciar todo lo que no me gusta.

Pero, si lo piensan, es un lugar chido para hacerlo. Libre de publicidad pendeja, las únicas tonterías que verán escritas, son de mi autoría: contenido original. Pero no por genuino es bueno. No me estoy echando flores.

No sé cuándo hice esto la última vez. O si a caso lo hice. Pero, para recapitular, la cosa va más o menos así:
Ya vivo solo otra vez, pero en esta ocasión el depa es mío, mío de mí.
Mis hijos están bien. Les habilité una lap-top con Linux para que tomen clases en linea y soy su héroe porque la retacamos de Anime japonés.
Aún tengo trabajo y me ponen a hacer cosas que no me tocan, o cosas que sí, pero luego me dicen que no, y al final que siempre sí. O sea, nada ha cambiado ahí.
Mi novia y yo llevamos ya más de un año juntos y me siento muy feliz porque hemos aprendido a entendernos y a maravillarnos el uno con el otro; a ella la quieren mucho en mi familia y a mi igual en la suya. Ya hasta vamos a cambiar de mamás.
Creo que aún tengo amigos por ahí, pero es raro saberlo porque estamos en medio de una pinche pandemia que nos ha orillado a hacer todo virtual. No, no fue el ocio lo que me llevó a escribir "ligueros para hombre" en modo incógnito. Eso cuándo chingados pasó, qué pedo.
Todo bien con mi familia. Dentro de lo que cabe. La pinche pandemia y sus números rojos ya tocaron a algunos de mis seres queridos y odio que toda la pinche gente esté haciendo fiestas a lo pendejo todo el tiempo.
Pero pues obvio no les digo hey, tu, no mames, no tomes con otras treinta personas en una casa, qué no piensan. Pues porque quiero seguir teniendo amigos y así.
Sigo en la escuela. Si, ya sé que dije que porque tenía un chingo de tiempo libre. Pero ahora parece que no tengo tiempo para nada.
Quiero hacer videos contando mis pendejadas porque, al tomar clases en linea y dar clases en linea, me siento Vlogger.

Y ya, básicamente.
No es diario ni nada. Es lo que más o menos me salió sin hacer redacciones chidas. Nomás estoy viendo que no me falte ninguna pinche coma por que yo soy bien víbora y creo que todos son iguales.

Descubrí que me late mucho la nueva serie de “The Twilight Zone” en Prime y estoy leyendo la autobiografía de Pablo Neruda por segunda ocasión en mi vida. Y le estoy echando tantito Stephen King a la mezcla. Ah, y chingo de información sobre hidrocarburos y termodinámica de fases porque pues sigo en la escuela, les decía.

Sí, pinche Facebook qué.


jueves, 31 de octubre de 2019

Idalia desde la vitrina

"Así me imaginan mis colegas y amigos cuando piensan en mi trabajo"
(Fuente: Instagram)

El pasado lunes, 28 de octubre, Idalia Candelas fue entrevistada para el programa "La Vitrina", por Salomé Copca, de Código Radio CDMX.
Entre otras cosas, habló de cómo considera su estilo, lo delgada que es la piel de los avatares en internet y el génesis de sus primeros libros a partir -prácticamente- de un web-challenge. Resaltó una frase que me gustó mucho: "No veo por qué no debemos considerar a las redes sociales como un negocio".

Quisiera manifestarme ampliamente como amigo y seguidor de su trabajo. La considero una de las personas más inteligentes que han cruzado mi camino. Y sé que es apreciada por ese gremio pujante de ilustradores mexicanos. Pero ya saben lo que opino de la gente que se clava. Y esa raza sí es muy clavada. Pero en arte. Lo cual está chingón.

Pueden escuchar/descargar el programa aquí.

https://drive.google.com/file/d/18qKRSCiHagHAUeWRZOxnzPaY3Pzk5COa/view?usp=share_link

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Agradezco a Michael Arteaga Nivio, de la Producción de "La Vitrina", quien me envió la entrevista por correo. Los derechos son propiedad de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. Contacto: codigodf.contacto@gmail.com

martes, 2 de julio de 2019

Chabacano

He visto la sonrisa desvanecerse de los rostros de la gente al tiempo que me inunda una alegría desmedida. Tengo la ligera sospecha de que disfruto con el sufrimiento ajeno. Pero, para ser aún más romántico, diría que absorbo la felicidad de los que me rodean.
Lo cierto es que si había un día en particular en el que quería ser tropezado por la suerte, era hoy.
Tengo un pésimo historial con el inicio de cada mes: mis doce días de terror al año. La sorpresa me es ajena, así que cuando vi el tumulto en el andén, decidí comprar algo en un puesto de fruta y disfrutar el espectáculo matutino.
Resulta que en mi linea de trabajo, conocer a las personas es algo que debo realizar en un instante. Vidas dependen de ello. Las suyas, por supuesto. Que a nadie le extrañe que me acerque fascinado a cualquier aglomeración con evidente interés.
El primer grupo de curiosos, la órbita más externa, nunca sabe qué diablos está pasando.
Justo es mencionar que soy el peor ofreciendo algún estimado de distancias o tiempos; cuando un peatón buscando indicaciones me pregunta qué tan lejos queda alguna calle, suelo contestar que "como a dos cigarros" o; si en alguna fiesta alguien cuestiona cuánto tardará fulana en llegar, yo respondería algo como "pues en caguama y media, tal vez". No es mi fuerte, lo admito, y siempre recibo miradas en blanco como reacción. Pero necesario es poner un contexto geográfico al asunto. Yo me hallaba como a treinta metros lejos del chisme. OK, mi error, en un andén del metro sí es fácil medir distancias si tomas los vagones detenidos como referencia. A juzgar por la cantidad de gestos inquietos y silbidos aleatorios, yo diría que ya tenían como cinco minutos estacionados: cuatro más la toleracia prometida por la fauna en el subterráneo.
Alguien dijo jurando por ésta que se había caído un niño. De inmediato imaginé lo terrible que sería el primer día del mes para aquella persona atravesando ese trance.
El morbo pudo más y me abrí paso a empujones con el pretexto de conocer al afectado. No me causa remordimiento mentir en casos así. Les digo que en mi trabajo vidas dependen de que descifre a la gente de inmediato o el mundo podría colapsar. Mentir es efectivo.
El segundo contingente de metiches ya está más enterado de lo que pasa pero es tan inútil e innecesario como el grupo anterior. Nadie mueve un dedo para mejorar la situación. Muchas veces prefiero estar en esta parte del acontecimiento, pasivo espectador de quien nadie espera nada y que al final se ve beneficiado por el primer núcleo: los que sí le están chingando.
Ya me imaginaba a un par de sudados maestros de primaria o empleados mal pagados esforzándose por sacar a cachitos al pobre infante desbaratado bajo las ruedas y chamuscado por las descargas eléctricas recibidas.
Una señora junto a mí me dijo que las vías no electrocutan y yo recapacité sobre si estaba pensando o hablando en voz alta mientras avanzaba.
El corazón de cada evento es imposible de penetrar. Los gritos de dolor flotaban incomodando a los presentes. Una señora derrumbada sobre sus medias rotas se había desentendido de este plano existencial y no prestaba ánimos para recomponerse a pesar del esfuerzo que dos muejres policías por levantarla. El diminuto espacio que queda entre el tren y la plataforma se había pintado de rojo en una amplia distancia. Empezaba allá donde los zapatos de la mujer quedaron después de hacer el esfuerzo por sujetarle la vida al pequeño que fue consumido entre los rieles. Trozos de tela que no portenecían a la señora adornaban desgarrados cada tantos metros ofreciéndonos una idea precisa de lo mucho que sufrió el accidentado. Había un par de personas pujando y tartando de sacar algo de entre los vagones. El dolor ya no flotaba sobre nosotros los testigos, sino que llegaba desde  el fondo del vagón y se apagaba de a poco. Todos los presentes se unieron en llantos desolados. Decidí dar media vuelta e irme en taxi al trabajo. Nunca estuve más equivocado respecto a la absurda idea de disfrutar el sufrimiento de otros. Cada que alguien piense en algo similar, tendré una imagen que insertarles en la mente para que encuentren empatía antes que soberbia.
Horas después, sin haber digerido por completo el paseo por mis peores temores, avisé a recepción para que enviaran a mi oficina a la octava persona en la lista. Tuve que reorganizar mi agenda expresa petición de esa señora en particular. Mencionó haber tenido un retraso y pidió ser atendida al final del día.
La vi entrar con pausas camaleónicas dudando entre dejar la puerta abierta o cerrada. Le pedí que tomara asiento. Entró con cabeza gacha sin permitime verle los ojos. Parecía cuestionarse cada movimiento como si contemplara todo y nada al mismo tiempo. Le acerqué un vaso con agua como precaución. Distinguí un olor aceitoso y sudoroso. El vestido, arrugado en cada pliegue delataba días de uso. Máculas de todos colores hacían difícil adivinar su color.
Después de agradecerme que le recibiera, explicó que su demora se debía a que perdió algo en el camino provocando un alboroto que se salió de control.
Le pregunté si había estado en el metro esa mañana. Dijo que sí. Que toda la linea del tren se detuvo por horas. Hundió su rostro entre las manos.
Incómodo y, sin saber cómo reaccionar ante eso, hallé coraje para pedirle que cad... De súbito, levantó el rostro desfigurado gravemente por una inmensa pena y enmarcado con lágrimas negras del barato maquillaje entregándome la sonrisa más aterradora, esa mueca carente de vida de la boca sin dientes y negra como el abismo de mis pesadillas: ¡Pero sí llegué a la entrevista!

miércoles, 26 de junio de 2019

Todas mienten.

Estos días sin auto son agridulces. Me gusta no tener que preocuparme por dar un mal giro, fallen los frenos, me caiga un camión de basura encima y me muera. Pero no me gusta convivir codo a codo con personas absortas en sí mismas. No espero que me hagan fiesta por subirme al mismo camión que ellos. Pero no sería lo peor que demostraran un ápice de vida detrás de esos ojos vidriosos.
Tomen a esta chica, por ejemplo: se paró justo a mi lado tapándome la luz, así que dejé lo que estaba haciendo y andaba ya medio-de-pie con intenciones de ceder el asiento, cuando me soltó la mirada más condescendiente de su vida (yo he recibido peores) al tiempo que decía que ya iba a bajar. OK. No esperaba un gracias, ni mucho menos. Pero, al ser la única dama de pie, me creí en posición de aligerarle la mañana. No es que estuviera cargando un millón de cosméticos en su bolso, ni que viniera saliendo de hacer guardia en el hospital donde subió al transporte, o que necesitara alguien que la rescatara. Simplemente me dijo que no y yo lo tomé como un verdadero “no, gracias, bajo en la próxima esquina”. Eso dijo, pero sin el gracias.
Por su puesto que no se bajó en la esquina siguiente y, por el contrario, siguió estoica junto a mí mientras más se poblaba el espacio con cada parada. Mintió. No sólo mintió respecto a que bajaría pronto, sino que aceptó el asiento cedido por el sujeto detrás de mí. Y, como era de esperarse, incluso yo bajé antes que ella y vi cómo se fue alejando mientras maquillaba sus mentiras. Sí llevaba como un millón de cosméticos a fin de cuentas.
Ese es el problema con esta gente: no saben cómo actuar hasta que la insistencia les dobla. Me recuerda un par de sucesos que involucran a la misma persona.
El primero ocurrió así: andaba de fiesta con mi aún esposa en no sé dónde. Lo que recuerdo es que escogimos un karaoke-bar (menos el karaoke) para tratar de relajarnos después de alguna incómoda cena por compromiso con algunos de sus amigos. Siempre terminábamos fastidiados después de ver a sus mamonas amistades y buscábamos un bar en decadencia cuando no hacíamos escala en cualquier Motel. Aquella vez se nos cruzó este disque karaoke-bar que más bien era bar para gente que venía de ver a sus amigos mamones.
Digo que no era karaoke porque no había un alma cantándole a las pantallas con letras de ritmos para baile: Lo peor que alguien puede hacer en un karaoke-bar es cantar algo para bailar.
Pero la música estaba y el ánimo en la gente no mermaba, así que muchos ya bailaban. Pensé en bailar con mi entonces mujer pues es la única persona en toda mi vida que me ha hecho sentir cómodo en la pista. Al menos no se burlaba de mí en mi cara. No con eso.
Pero su respuesta fue un férreo no. Insistí un par de veces cuando la canción cambió a una muy conocida por nosotros. De nuevo se negó. Según ella, no aguantaba los pies por usar tacones. Siempre usaba tacones porque le molestaba ser la de menos estatura entre sus mamonas amigas.
Lo dejé pasar y destapé la segunda vuelta de cervezas. En ese instante, como genio que salió de la botella, apareció este amigo que tenemos en común y que recién había despedido a su cita de esa noche. Según dijo, ya se iba cuando nos vio sentados por aquí. Como tenía tiempo sin vernos, metió a su acompañante en un taxi y le dijo que se verían después. Vino a saludar efusivo como es y, ¿qué creen? No le bastaron dos preguntas para llevarse a bailar a mi ex. La mamona incluso se quitó los tacones pues debía vivir con su mentira del dolor de pies. Igual que el maquillaje, ¿cierto?
Sólo bailaron una pieza, la devolvió entera, nos dejó su cerveza y se fue a pedir canciones. Pero el simple acto bastó para que lo dejara cantar solo un dueto que previamente había acordado con un guiño a la distancia. No estaba de humor con ninguno de los dos y me arruinaron la noche con todavía unas cuatro o cinco cervezas por delante. Ninguno de los dos entendía qué me pasaba. Yo estaba seguro que el karaoke-bar entero había atestiguado la escena y me daba la razón.
Como sea. La segunda vez que pasó exactamente lo mismo, aunque yo ya no estaba casado y había llevado a una chica maravillosa a cenar precisamente en la casa de este sujeto que bailó con mi otrora pareja hace años. Supongo que esto demuestra que la base pura de los celos estriba en qué tanto nos afecta que alguien ya no quiera hacer lo mismo con nosotros pero si con alguien más. Es un tema muy extenso para desarrollar aquí. El punto es que había llevado a esta hermosura de mujer a una comida/cena mexicana que ocurrió en dos casas separadas por una calle. En la primera, ocurriría la comida/cena; y en la segunda, la cena/baile/karaoke. Yo estaba listo. Lo había planeado durante días y estaba verdaderamente emocionado de que me acompañara esa persona en particular.
Todo ocurrió con mesura a pesar de la cantidad de mezcal en la mesa (las mesas). Cuando nos llevamos la fiesta a la casa siguiente, nadie quiso cantar de inmediato y mejor nos dedicamos a bailar. O eso pensamos que hacemos. ¿Alguna vez estado sobrios viendo a sus amigos ebrios bailar? Nadie tiene el corazón para decirles lo que pasa en realidad. Los reto.
Pues lo imaginable sucedió: invité a esta muchacha a bailar y tiernamente se negó. Aunque, como pensé que era un “no, pero insiste tantito”, lo hice. No mucho. Un par de ocasiones y, cada vez que lo mencionaba, presumía saber un paso oculto que había guardado para ese día. Mentiras, pues.
No insistí más y pensé llevar la plática a otro lado cuando este sujeto se asomó de pronto y la sacó a bailar. No acepta un no por respuesta.
Pero había muchas cosas distintas para entonces: ni mi relación con ella se asemejaba a la relación que referí en la primera ocasión; ni venía fastidiado de una cena por compromiso con gente que me caía mal y en mi sangre no había fermento de cebada, sino de agave. Así que lo dejé ser con una sonrisa; yo terminé bailando con un par de amigas y eventualmente con mi acompañante. Pero nada estaba en orden ya.
Esa es la verdadera razón que tuve para dejarle de hablar. Es real, yo dejé de hablarle y no al revés. A ella. No al otro. Él sigue siendo como es. Incluso trabajamos juntos. Pero la primera, al igual que la del relato previo y, de la misma forma que la chica que no tomó el asiento que ofrecía, todas conservan la línea de mentira con la que viven sus días. No soporto a la gente así.

lunes, 24 de junio de 2019

Lunes

Mi paso presuroso nunca se comparó con aquél de la mujer que me dejó atrás en dos ocasiones en tan corta distancia. Llamo corta distancia al trayecto que comprende el extremo del andén; subiendo las escaleras hasta los torniquetes de acceso, atravesando el túnel enmarcado por tiendas de conveniencia de todo tipo, hasta la salida a la estación de autobuses. En tiempo no me toma más de 5 minutos con prisa. Hoy intentaba mejorar mi marca por puro ocio. Jamás corro cuando tengo urgencia. La mujer en cuestión es una de tantas en el mar de cabezas delante mío que delatan su impaciencia mientras más rápido menean sus cabelleras. No presto especial atención a ninguna de ellas; mientras más pronto pueda salir del improvisado centro comercial, mejor para todos. El llamado improvisado centro comercial no es otra cosa que una larga serie de locales donde todo lo imaginable está a la venta: desde chicles por centavos hasta autos en una agencia que más bien parece burlarse de los transeúntes en su diario trajín sin esperanza. Hablando de esperanza; esta mujer que mencioné antes, se detuvo un momento en uno de esos locales, no sin antes darme un codazo pues mi pausado caminar le inquietó sobremanera: se trataba de una compacta capilla católica.
Todo aquí está compactado: hay un local que en realidad son tres consecutivos unidos por puertas, que hacen la función de centro de salud; con consultorios de nutriólogo, médico general y dentista contiguos. Lo sé pues sus enormes ventanales dan directo al pasillo del túnel que cruzo sin ganas: Una especie de zoológico para enfermos. Hace unos días, un alumno me dijo que la palabra en alemán para hospital es “krankenhaus”. Algo así como “Casa de sufrimiento”. Pinches alemanes. Ese consultorio de entrada por salida me hizo pensar en ello.
Igual de compactos desfilan ante nosotros zapaterías donde las chicas gastan sus quincenas en “flats” que deben probarse sacando las piernas del local, metiéndole prácticamente el engalanado pie a cualquiera que venga lo suficientemente distraído. Junto a ésta, hay una tienda de ropa para dama cuyo probador consiste en la destreza de la encargada que, no obstante tener que trabajar el día entero de pie, sostiene una cortina para que sus compradoras decidan qué blusón va mejor con qué leggings. La respuesta obviamente es ninguno, pero el traductor de la vendedora siempre esbozará una sonrisa al tiempo que alaba las múltiples figuras bajo su guardia. Parece hasta de mal gusto que, cruzando el pasillo del túnel, el local de abarrotes haya dispuesto de una barra y periqueras para que los comensales de burritos de horno de microondas tengan esas dos tiendas como espectáculo mórbido súper urbano.
Pero les decía de la chica que a codazos se abrió paso para entrar a uno de los locales más bizarros que me imaginara hallar en este sitio. Le digo capilla porque mi ignorancia es tal que, si es pequeña, es capilla; si es mediana, es iglesia y, si sale en la televisión, es catedral. La verdad no sé si esta sea su apropiada definición y no intento insultar a los fieles con mi desconocimiento.
Pues la chica entró súbitamente sólo para detenerse con similar estrépito ante una efigie que, acordada mi entendida incultura, ni siquiera me animaré a nombrar. Lo curioso de la escena no es la posición de la capilla: geográficamente forma un ángulo obtuso que, por un lado continúa con el fluir del túnel pero, por el otro, ofrece una salida alterna a una avenida transitada. La capilla, emulando el modelo del consultorio, derribó un par de muros y comunica la estancia frente al altar con una diminuta cafetería bajo temática religiosa. Todo decorado en diferentes tonalidades de beige y café; y pequeñas imágenes y esculturas a la venta. Aquellas más costosas indican su previa bendición en tierra santa. Por su puesto que exhiben fotografías como prueba del acto de fe.
Entonces, la niña ésta se detiene ante los pies, literalmente los pies desnudos esculpidos con pereza de algún santo, y se persigna (creo que así se escribe) antes de rezar con ojos cerrados.
Al pasar detrás de ella, noté que en ningún momento, desde el artero codazo donde solía estar mi costilla de Adán, hasta que se dedicó a rezar, despegó su celular del oído.
Aparentemente la llamada que atendía era igual o más importante que un acto que desde mi agnóstica perspectiva, merece respeto cuando no solemnidad.
Comentaba que la audaz muchacha era veloz como el demonio, ¿cierto? Bueno, al menos mencioné que caminaba tan rápido como para dejarme atrás en un par de ocasiones: aquella cuando entró a rezar como alma que lleva el diablo a expiar, y la siguiente, más adelante, al ingresar a una farmacia.
Para esa segunda escala en su trayecto, distinguí con claridad que pedía a su interlocutor que la esperara; guardó su teléfono en la bolsa del abrigo y se dirigió a los estantes para buscar no sé qué cosa.
Sea lo que fuera, le merecía más atención que ese banal trato divino que pretendía mostrar cuando casi derriba a un peatón cómplice de sus mañanas y quien terminaría inmortalizándola en estas líneas.
La mujer era bellísima si he de decir la verdad.

lunes, 18 de febrero de 2019

veinte diecinueve

Hombre. Lo que va del año ha sido magnífico para mí.
Razones varias que no enumeraré justo ahora. Sí, ya sé que si un espacio existe para extenderse, es éste.
Es sólo que quiero ponerlas en orden chingón para después.
Un par de anotaciones:
Algo que retomé después de ocho-nueve años de ausencia: asistir a misa dominical. Digan lo que quieran, pero la terapia nomás no me ayudó (ver post anterior).
Y algo que siempre quise hacer pero nunca me había animado a: tomar clases de baile. Esto último medio chingó a su madre pues en la academia cambiaron los horarios de todas las clases dándole en la madre a mi progreso en salsa cubana. Ya aprenderé de la forma tradicional: sacando a una chica menos tímida que yo a la pista.
Pero esto continúa, ¿eh?

viernes, 14 de diciembre de 2018

Hey, todo lo que sigue es una gran mentira.

Voy a aparentar no sólo que alguien lee ésto,
sino que también lo hace una persona que me importe.

No lo tomes a mal. Pero no tiene sentido, ¿sabes? Nada lo tiene.
No hallo el sabor en las cosas; desde el simple "...ok, amareto está bien ya que no tiene crema irlandesa, señorita" en el capuchino que estoy pagando -dejando expuesta la primera de mis fallas: el eterno conformismo- hasta el no aguantar verme en la posición que me encuentro.
Podría hacerte una descripción detallada cual si de una experiencia extracorporal se tratara. Lo sabes.
Detallando cómo se acumulan libros sobre libros en un rincón del cuarto donde ahora vivo, la ausencia de decoración por no sentirlo mío, mirando al techo a la espera de que alguien se sincere conmigo, me tome de la solapa y diga, "hey, ¿te das cuenta cómo te manipulamos?" en un loop que inició el día que me bautizaron.
Tal es el la profundidad de mi pantano, que el mínimo intento de actuar por voluntad, me paraliza. Me atormento imaginando a alguien desobedeciendo su instinto y, por el contrario, ejecutar lo que le pido.
Justo ayer me entregaron los resultados de numerosos estudios pagados por mi patrón. Resulta que estoy en perfecta salud (si ignoramos mi bajo peso para los estándares en este país de marranos) y no podía sentirme más triste. Vi salir del mismo consultorio a personas con semblante triunfal en sus batallas personales contra la diabetes o la hipertensión; los soldados golpeados por una mala noticia a pesar del esfuerzo: "lo lamento, en verdad necesita cambiar más sus hábitos", etc.
No estoy diciendo que esperaba una noticia terrible, por su puesto. No estoy idiota.
Pero, hombre, este año me he excedido en diferentes renglones y no estoy pagando el precio.
Ni siquiera eso me puede distraer de este marisma en escala de grises.
Sea por esto, o por mi inevitable nihilismo, termino flagelándome no sin queja.
Una de las formas más recurrentes es dejando de tratar a las personas que nada me han hecho.
En estricto sentido: nada.
Su único error ha sido tenerme cerca. No hay explicación detallada o propósito ulterior. Estoy en el extremo opuesto del pragmatismo. Detesto despertar sabiendo que hay responsabilidades qué atacar aún cuando me he ido a dormir la noche anterior sin sentimiento alguno de urgencia por querer terminar un proyecto; un propósito, una meta, un objetivo o una maldita frase.
El próximo jueves me pondré a prueba de manera estúpida. Nuevamente sin saber cómo decir que no, quedé en un intercambio de regalos. Ya saben, diciembre al fin. Y si bien esto no hubiera significado malestar alguno en el pasado, no tolero la idea de ver a alguien con quien dejé de interactuar hace casi tres meses. Digo casi por que ayer estúpidamente envié un mensaje del cual me arrepentí en el instante mismo.
Entonces sí, Todo este texto que no tiene mayor fin que distraerme golpeando el teclado esperando que termine otra tarea paralela, va dirigido a ti.
Si de algo sirve, fui a ver a una psicóloga en este tiempo. Después fui a ver a otra cuando la primera no me gustó. Y no he vuelto a ir. Ahora me doy de topes por el dinero que me pude haber ahorrado en dos sesiones y el transporte.
No sé qué más escribir. A caso que odio estas fechas y no le veo caso a seguir contándole todo lo que me molesta a oídos que no lo piden. Que no pueden ayudar sin importar cuán preparados estén delante de su muro lleno de copias enmarcadas de diplomas por tiempos mejores.
Qué pendejada ir a terapia.
Qué pendejada pensar que hay mejora después de un cambio.
Ah, tal vez, que cada sonrisa que he entregado este año es falsa.
Que de la misma forma en que he terminado odiando jugar fútbol, estoy odiando otras cosas que antes me procuraban gozo.
Todo se va al puto carajo.

jueves, 25 de octubre de 2018

Jacinto


No le tomó ni dos minutos reponerse del relato anterior. Quienes le escuchaban, sentados en las escaleras del patio principal, miraban alternativamente sobre sus hombros anticipando la puñalada de cualquier otro recluso. Jacinto tenía fama de contar vivencias y muchos se encontraban embelesados por su voz eléctrica.

"Esperé a que la policía tumbara la puerta de la casa de mi suegra. La cabeza del niño pierde peso cuando ya no pelea, ¿sabían?". Dijo para dar inicio a la segunda historia: Dos marlboros, la cuota.
“No tenía nada contra su mamá del Nico, ni de su jefecita, la pura verdad” -continuó al tiempo que le prendían un cigarro-. Es más, yo ni quería salirme de esa casa aunque me dijeran que por malandro me iba a cargar la chingada. Ya me habían llenado el vasito con sus pendejadas. Si no hubiera sido por mi chavo, me cae que sí me enderezaba.

Tres semanas antes, Jacinto empezó a hacerse un nombre dentro del presidio: la voz corrió con que había violado a un niño y él nunca se molestó en desmentir a nadie. Aguantó las salvajes torturas que le ponen un moño a la bienvenida al reclusorio para gente como él. Tres noches sangró por el ano a causa de las repetidas embestidas con el mango del destapacaños. A la semana de no dar respuesta, los cobradores de piso se desentendieron pues sabían que nadie de afuera paga por un cogeniños. Más tiempo perdían queriendo sacarle un sentimiento que bien podrían invertir en el call center clandestino para extorsiones. ¿Dónde más iban a sacar sus cien varitos por hora?
La segunda semana se la pasó en el sanatorio. Si es que a ese cuarto de tiliches con gasas se le puede llamar así. Ciertamente no era una enfermería y para nada semejaba una clínica de cuidados intensivos. Ahí le pararon las hemorragias con la sospecha de que se pudría por dentro y ni él mostraba interés en mejorar.
Halló refugio del mundo dentro del mundo en aquella escalinata a una veintena de pasos de su celda. No podía desplazarse mucho y parecía dejarse consumir por el hambre y los espasmos que menguaba fumando un cigarro tras otro. Alguna vez oyó decir que nadie se había muerto de una sobredosis de nicotina, pero parecía haberse propuesto derribar ese mito.
 Hablaba con mala dicción, la propia de las personas educadas por la calle, cobijadas por el sereno del parque y moldeadas por el hambre. Pero no se guardaba nada, decían. Era como ir a una plática de alcohólicos anónimos y sumar todas las experiencias en una voz. Parecía un desperdicio dejar morir una existencia tan matizada sin constar registro de todo. Como a mí no me alcanzaba para comprar papel, memoricé todo lo que pude y a mi limitado entender de cómo escribir, quise replicar un par de historias prestadas. De todos modos sólo estoy de paso por aquí: soy uno de tantos inocentes que no tuvo para la fianza y se comprometió con toda la familia para pagarles apenas saliera. Tres meses más, según me dicen. La mía fue considerada como ofensa menor, pero el trato para todos aquí dentro no distingue unos sobre otros. Bueno, a los jacintos sí los aparta. Pero ese compa se muere antes de que yo salga.

Terminaré de contar su segundo relato antes de repasar el primero, que es mucho más interesante, pero no el que lo mandó a este nido de ratas.

"Neta que yo no quebré al chavito, ¡por ésta!" -Se besaba la mano haciendo una cruz con índice y pulgar, dirigiéndose a su escucha más cercano- Esa noche había ido por él para llevármelo a San Luis, tenía un cuñado que me daba chamba en un taller, por la derecha, ¿ves?.
Fue su abuela la que lo tenía muerto de hambre. Le pegaba nomás porque decía que se parecía a mí. El Nico bien noble se aguantaba los chingadazos. ¿Su jefa? ¿Esa pendeja? ¡Qué le iba a decir a la ñora si le soportaba todas sus puterías!
No, si yo ya estaba hasta la madre de sus chingaderas pero pues tenía que ganarme la papa en los camiones y eso nunca les cayó chido.
Qué culpa tiene uno de nacer indio, ¿no?
Yo nomás les decía que si, que sí pero que el Nico se iba conmigo. No me dejaban verlo. Un noche pasé cuando ya estaban todos dormidos. Los culeros ponían el pasador por dentro para que no me metiera. Pero le dije a mi chavo que me abriera. Tenía que pasar por unas cosas y regresaba, y que sacara una mochila pa' sus cosas. Pero pues el morro es morrito, ¿sabes? despertó a toda la colonia tratando de sacar la mochilota más grande y haciendo un desmadre. Apenas me había salido de la unidad cuando vi que se prendieron las luces del cuarto y la sala. Me regresé en chinga para agarrarlo y a la verga, ¿no? Pero pos la ñora ya lo tenía bien amachinado. El Nico pataleaba y en una de esas le dio a su abuela en la rodilla mala. La seño se cayó en medio de la sala y agarró a mi chavito del pescuezo. Pinche vieja, nunca tuvo más fuerzas la condenada. Y así condenada se fue al infierno la hija de la chingada porque antes de que me mandara al Nico a dormir para siempre, le puse una verguiza que seguro atravesó al otro lado con una pinche cara de dolor la cabrona. ¡Vieja puta!
En chinga se despertó la mamá del Nico y como veía que estaba sacudiéndolo pensó que le había hecho algo. ¡Nel, Alondra, no mames, fue tu jefa, AYÚDAME!
Pero pos nomás vio a su jefecita ahí desguanzada con sangre en la cara y se me dejó venir con uñas la perra. Yo nomás quería quitármela de encima y llevarme a mi chavito. Tu tío me va a dar chamba en San Luis, Nico, aguántame payasito, no te me vayas todavía. Quien sabe con qué chingados me pegó la Alondra que me dejó toda la cara caliente. Le agarré los cachetes de marrana y le dije que le bajara de huevos, que fuera por un doctor, pero la pendeja me seguía pegando y me mordía la mano. Y ya con la pinche calentura le dije que se iba a la verga. Le metí los dedos en los ojos y nomás chilló como la marrana que es con esos pinches cachetotes colgados. Se puso menos pendeja y la puse en el suelo. Le dejé la rodilla en la garganta hasta que ya no se moviera.
De un patín cerré la puerta de la sala y le gritaba a los pinches metiches de los vecinos que sí, que fueran por la policía. Pero que me mandaran un padrecito también para que guiara a mi Nico. A mi payasito que ya se sentía frío. Ya ni pesaba su cabecita.
Ni me dejaron ir al funeral los culeros. Mi cuñado me dijo que me fuera a la verga y que ojalá me violaran en la cárcel. Ese puto fue el que dijo todas las mentiras. Pero pues qué chingados, ¿verdad? Pa qué se casa con la prima de la Alondra. Estaba más de ese lado que del mío. Y apenas en las audiencias me enteré.
A mí que me lleve la chingada. Una cosa buena había hecho en la vida y me la arrebató una méndiga vieja.
Pero allá me la he de topar. Y si se la voy a dejar caer bien cabrón. A ella y a la marrana de su hija.
Jacinto prendió otro cigarro.

Pero lo que les decía sobre el primer relato...

miércoles, 3 de octubre de 2018

No lo creo, Rick

He comprendido, al fin, de qué van estos "ciclos depresivos" según insisto en llamarles: no se tratan sino del momento de claridad pura sobre mi situación actual. Una que no consigo controlar y, para la cual, todos tienen la solución precisa.
Ante lo cual veo diferentes consideraciones:
1. Todos son normales y yo anormal.
2. Todos son genios y yo un retrasado.
3. Todos tienen la respuesta a cada problema y yo un No para cada oportunidad.
Puedo seguir. Pero creo que he dejado claro el punto.
Lo que no he precisado es a qué me refiero con "momento de claridad". Bien. Según parece, me he anestesiado de los sucesos como vienen. Me sujeto a la idea de que no puedo salir del lugar donde actualmente vivo mientras no tenga un segundo ingreso que me permita rentar una cama donde dejar caer mis (preocupantemente) contínuas jaquecas: Es para ello que vengo a esta casa donde últimamente no me siento cómodo. Para dormir. Procuro existir lo más posible fuera de este espacio pues, lejos de un refugio, se ha transformado en un constante recordatorio de mi precaria capacidad económica.
No abundaré en detalles.
¿Mencioné un segundo ingreso? Bueno. Eso se debe a que el actual no alcanza para maldita la cosa.
¿Por que no cambio de empleo como me recomiendan? Miedo. Miedo principalmente. No. No es miedo. Es la completa convicción de que no tengo capacidad de hacer otra cosa que no sea hacerme pendejo durante el periodo de tiempo que abarca la entrada y salida de cualquier lugar donde se requiera el minimo de disposición para aprender. Ya no digamos para superar mis cualidades de "trabajo en equipo; entrega de resultados bajo presión; iniciativa y don de gente". O, como yo lo entiendo, "sin quejas por no cobrar los primeros tres meses de capacitación; cobrar por comisiones; jamás quejarse y ser fuerza de ventas".
¿Y por qué diablos no haces algo más?
Verán. Históricamente, jamás he atinado con cualquier negocio que intento. Estos dias me aferro con las uñas a no abandonar algo que requiere cada vez más inversión y menos ganancia. No se cuanto más soporte así.
Al respecto tampoco abonaré más detalles.
Líneas arriba mencioné que busco pasar poco tiempo en donde vivo. Es extensivo a mis hijos. No estoy a gusto con ellos aqui. No tengo autoridad que me permita darles educación esencial. Tratamos de distraernos en otros lados.
El breve rato que pasamos juntos se ve aún más reducido debido a que tengo deberes durante gran parte del sábado. Responsabilidades que me orillan a buscar quién me apoye con sus cuidados. Esa particularidad (estoy a punto de descubrirlo) podria co$tarme el dinero que gane durante las seis horas que trabaje. Solo me queda levantar los hombros, ¿Cierto?
Dos cosas me molestan sobremanera:
1. La gente que supera la adversidad y expone su historia a manera de empujón motivacional.
2. La gente que te dice que sigas el ejemplo de los mencionados en el punto anterior.
Entre los primeros, hay algunos contra los que no tengo nada. Admiración a caso. Entre ellos, dos héroes: Bill Watterson y Stephen King.
Uno abandonó su horrendo empleo haciendo publicidad que odiaba para volverse caricaturista. El otro se convenció de ser un escritor promedio que viviría con los lujos que muchos actores de Hollywood sólo soñarían.
Ninguno de ellos pavonea su éxito. No al menos a manera de "motivational speech".
Aquellos que se atrevan a utilizar sus vidas de éxito para señalar cómo también podría labrar mi propio camino al bienestar, me dan náuseas. Incluso se ponen de ejemplo: "yo dejé todo lo que tenia porque quise ser feliz". Pinche filosofía de Alquimista de Cohelo (o como se escriba).
Volviendo a lo de "momento de claridad". Es ésto. Me entumo con mi día a día. Con una que otra cerveza en fiestas. Con distractores en forma de Stendhal, Hemingway o Cortázar. Con las horas que me acompañan mis hijos. Con no mirar mis deudas.
Dinero.
Es el dinero lo que más me inquieta. Es la falta de tal lo que me irrita. Es la aparente facildad de conseguirlo y no obtenerlo lo que me deprime.
A cerca dela depresión. No tengo puta idea de lo largo que es ese brazo escamoso con garras que aprietan el corazón y podrían tomar una vida sin avisar.
Sé lo que se siente no ver la salida y he visto cuánto se abren los ojos de la persona a quién le confías que a veces quisieras acelerar y salir con todo y auto por el borde de algún puente. No es la solución, dicen. Vamos a bscar una alternativa, insisten. Yo te ayudo, espetan.
A lo cual pienso en forma inversa:
1. Me ayudan. Pero tal ánimo se difumina con el tiempo.
2. Las alternativas, es decir, los negocios informales, no son mi hit. No pegan. No dejan. No sale.
3. Aparentemente sí es la solución. Si me mato simulando un accidente y en mi cuerpo no hallan alcohol ni drogas (como si tuviera para vicios) podrian darle una indemnización a mi familia. Es como si valiera más muerto que vivo.
Antes había mencionado el miedo. Si no fuera tan cobarde, ya le hubiera puesto fin a todo hace tiempo.
Si nada extraordinario sucede, pasarán los años y mis hijos deberán agradecer, no a mí insistencia por conseguir algo mejor, sino a mis pocos huevos por no aventarme de un puente y evitarles un futuro de mediocridad.
Al menos su padre estará ahí para decirles cosas como "me siento orgulloso", o "¡Seré abuelo!". Al menos estaré.
¿Pero qué parte de mí les acompañará?
En enero murió un gran pedazo de Adrián.
Se llevó mi confianza en la gente y mi capacidad de hallar belleza en lo simple.
Dejó un residuo de inseguridades y temores. Mismos que levantan la mano cada vez que me hallo solo. Y solo me he sentido desde entonces.
Dos razones para escribir esto desde un rincón:
1. Aquí estoy a salvó. Nadie me lee. Pero debo externarlo. Debo leer esto a diario y convencerme que soy un espectro entre mortales. Y, aún si alguien lo leyera, puedo desestimarlo fácilmente diciendo que estaba tomado o algo parecido. Sirve que disculpa mi horrenda sintaxis.
2. Ya no quiero decirle a nadie en persona que no estoy bien. Solo puedo imaginar el fastidio que representa para cualquiera el tener que fumarse los problemas de otro.
Estoy a salvo: carezco de valor.

Clever girl

¡Jurassic Park es mi Star Wars! Esta es la frase que he utilizado no en pocas ocasiones cuando intento defender un punto desde el fanatismo....