He cargado ¡Canta, herida! en la mochila desde que me lo
obsequiaron en mi cumpleaños. De eso hace dos meses ya y, desde que lo terminé
(unas tres horas después) lo saco a diario para leer exclusivamente la última
frase del segundo cuento. Es tan maravillosa que no dudaría en tatuármela. Si
los tatuajes fueran lo mío.
-¿Por qué a Gabriel?- Me pregunto de inmediato cuando me
solicitan alguna recomendación de lectura: en automático lo suelto como si
fuera yo un experto. No lo soy. Creo que lo que a sus lectores nos sucede es
que lo sentimos inmediato. Como si fuera un viejo amigo más de la cuadra en la
que crecimos.
Utilizando ese recurso, me es más sencillo explicarlo:
Verán. Cuando añoramos a los compañeros de la infancia difícilmente atinamos
sus apellidos. A menos, claro, que coincidentemente fueran compañeros de la
escuela. Pero, hacia quienes descubrieron la calle con nosotros sólo destinamos
o el apodo, o la habilidad que le distinguía; ya fuera el mejor con el balón en
los pies o el que con mayor agilidad sorteaba los tubos de drenaje expuestos en
el baldío en aquel juego secreto de la muerte que desaparecía apenas se
enteraba alguno de los padres y mandaba clausurar el paso. Ahí está Gabriel. La
suya no es una habilidad recién descubierta. Él es escritor de toda la vida y
nosotros apenas lo hallamos. En mi caso, lo encontré hace unos diez años ya,
cuando era un reconocido blogger. Desde entonces he confirmado con amigos que
indirectamente han sido atraídos por él (específicamente en el taller que
impartía hace un par de años) las cualidades de un personaje distinto.
Nota intermedia: Pijamas de madera es el mejor cuento del
conjunto, para mí. Es fantasía y realidad encontradas en una horrenda
actualidad urbana.
Así explico mi proclividad a recomendarlo aún habiéndome
perdido sus escritos de Demonio perfecto (no lo hallo en ningún lado). He caído
en otros de sus cuentos compartidos en el mundo virtual. En inserciones en
revistas y periódicos. Un día, incluso, leyendo la parte trasera de un diario
en manos de la persona que bebía café frente a mí, distinguí el estilo e,
interrumpiendo la lectura del dueño del papel, le pregunté si era Gabriel el
autor del cuento (que no distinguía por el doblez del papel) –Sí- respondió a
secas y ambos nos sumergimos de nuevo en el silencio.
Incluso en esos desayunos incómodos aparece Gabriel. Una
vez le dije que le bajara de huevos a su desmadre, que ya me salía hasta en la
sopa. Fue justo ese día.
Último interludio: Lunarejo y Nuestros tatuajes están
envejeciendo, me parecen los escritos más débiles. El primero, por lo complicado
que fue ubicar el contexto aún cuando se dejaban párrafos en el camino y, el
segundo, porque no sabes escribir como niña.
Y aquí concluyo. Si algo ha sabido hacer este escritor, es
ser contemporáneo. Existen ganadores de premios a raudales que son
inalcanzables. Pero él consigue intimidad con sus lectores; les responde los
comentarios, los pendejea, le dice que no vean películas de tal director (¡madre
mía, le gusta Woody Allen con todo y sus escándalos!), nos sigue en redes
sociales. Conoce el impacto que entrega y, encima de todo, es humilde el muy
chingón.
Sea o no tu cumpleaños (hayas o no quemado ese boleto de
Radiohead) Felicidades, wei.
PD: Hace un mes, la encargada de la biblioteca en mi escuela me invitó a crear un círculo de lectura. Anexo a la invitación, solicitaban que entregara una lista de libros que me gustaría encargar. Probablemente la ESIA Zacatenco tenga en sus anaqueles tu libro de cuentos más reciente junto a unos Moby dicks.
Para los má curiosos: este es su blog.
Pueden comprar su más reciente libro haciendo clic aquí.