martes, 30 de septiembre de 2008

Nave

Para Lucas



No me gusta, es muy pequeño. Tiene la forma de una casa y no quiero pasar el tiempo ahí. Ya he vivido en casa durante años y no le encuentro gracia.

Tomó martillo y clavos y dispuso el ancho de la estructura de modo que le pareciera correcto a las necesidades del viaje.

Los sueños son un territorio no explorado. Si preguntáramos a una persona al azar, creerá saber algo al respecto. Pero las suposiciones distan mucho de una verdad. Alguien debe manifestar la experiencia para despertar el interés de otros.

Aún no hay documentos que den fe de la empresa en busca de los placeres oníricos.

Ahora parece pelota a medio inflar. No quiero pasar el tiempo en una pelota. Se hizo de tablones largos y cuerda para sujetar las puntas, de modo que lo ancho ahora tocaba sus extremos.

Parece una gota acostada. Me gustaría pasar el tiempo en una gota. Cada mañana tengo lágrimas secas. Tal vez los sueños hacen llorar, no todos los llantos son demostraciones de tristeza o dolor. Los sueños pueden ser el lugar más feliz y por eso queda el recuerdo en el rostro al despertar. Con esta nave en forma de lágrima podré entrar sin problemas.

El niño entró en la gota y se durmió. Para nunca despertar.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Trois

La carta arribó junto a la personificación de la emoción pura. Nunca había llegado una carta de ese tipo o, quizás por lo jóvenes que son, desconocían otro método de entrega que no fuera un servicio postal dirigido como ocurre con los avisos de luz o teléfono. Pero así, hecha a mano y con estampas en la esquina, era muy extraño. Se la dio a su hermano sin descolgarle los ojos y éste ultimó los detalles de inspección. Pues si, es para mi, pero yo no conozco a ésta tal Fabiola.



A la mañana siguiente, Julio trataba de recordar los consejos de su padre a la hora de afeitarse. Era difícil pues, cuando los recibió de primera experiencia, solo contaba con 10 años. Tendría que pasar la misma cantidad de tiempo para ponerlos en práctica. La bruma de los recuerdos se notó en el resultado final que no tardó en manifestarse en burlas que su hermana profería. Su madre también estaba un poco preocupada por el repentino cambio; ésa corbata no te queda, m'hijo, le decía. Se la pedí a un amigo, es que yo no tengo de éste color.



La carta pasó revista por lo menos veinte veces. Julio presumía buena memoria, pero se emocionó sobremanera al colocar todas las piezas en su lugar, el escrito detallaba pasajes de la infancia de la protagonista y, con cada línea, la sonrisa del lector crecía tanto que amenazaba con desproporcionar el rostro, mismo que ya demostraba la vital fuerza juvenil. Obviamente no fue escrita por una mano desconocida, sino de la misma que años atrás Julio tomaría con cariño advirtiendo aquello que se avergonzó por no descubrir antes. Se podría decir que la tal Fabiola fue su primera novia oficial. Cuando ambos arañaban los 9 años de edad.



El traje gris le hacía parecer poco menos cómico de lo que la corbata anaranjada pretendía evidenciar. Pensó que sería un buen atuendo siempre y cuando no tuviera que calar también el sombrero. Frente al espejo agotaba todo sobrenombre que le viniera en mente para no tener que improvisar una defensa a cualquier burla en la calle. Los tirantes fueron un detalle que aparecería hasta arriba en la lista de reclamos que ya guardaba en el bolsillo derecho. En el izquierdo puso la ya arrugada carta.



Al final de la tercera hoja había peticiones detalladas para un encuentro con la autora. Los párrafos anteriores eran no solo un resumen de ocasiones importantes de años recientes, sino también una revelación de que al fin habían regresado temporalmente a la ciudad de donde es originaria. La misma ciudad que Julio. Aparentemente sus padres decidieron volver por razones de trabajo. El mismo que los había separado hace tanto. La carta y su excelente redacción así lo dejaban ver.



Fundado en traje gris, como lo pidió ella, corbata y tirantes de color naranja y, el detalle último, sombrero de gángster, cómo especificaba divertida la misiva, salió de casa con la venia de su madre y el recordatorio de su hermana, me la saludas mucho. Sabía donde sería el encuentro, sabía como vestiría ella, de hecho, sabía letra por letra la carta entera, pero aún así la sacó una última una vez abordo del autobús y repasó anticipándose a las palabras escritas "...usaré boina y mascada blancas, me encuentras bajo el puente donde vimos aquel perrito que atropellaron y entre los dos cargamos hasta la veterinaria de don José…"



Ahí esperaría hasta la una de la tarde, rogaba puntualidad; "...será la única vez que esté ahí, me voy con mis papas la misma noche pero me gustaría intercambiar datos para frecuentarnos después. A menos que tú no lo desees. Así que, si no te veo, no sabré hasta cuando pueda hacerlo, recuerdo tu dirección de memoria, pero no tu teléfono, y sería inútil dejarte un remitente con lo seguido que nos mudamos. También por la prisa es difícil ir a visitarte…”



La referencia al puente aparecía como una pequeña mancha en la perfección casi absoluta del escrito, sucede que había más de uno, cosa que no le preocupó demasiado pues el autobús pasa por todos y cada uno de ellos. Si tuviera tan buena memoria como presumía, evitaría tener que hacer la parada al chofer deduciendo cuantas chicas con boina y mascada blancas hay en cada parada, lo cual solo le añadía un tono de aventura. La molestia venía de no recordar el puente donde hallaron aquel perro lisiado. Solo el parque. Era suficiente, pero un nuevo problema. El autobús ya llevaba un rato parado. Algo no estaba bien.



Aún tenía tiempo suficiente para encontrarse con quien gusta de vestirlo como gángster de la mafia de la risa, así que optó por continuar a pie el trayecto. La sonrisa emocionada que provocaba posar la mano sobre el bolsillo izquierdo se mezclaba con la sonrisa maquiavélica que arrancaba el posar la mano sobre el bolsillo derecho. Pero ambas sonrisas se borraron en el instante mismo que llegó al primer puente. El autobús tardaba más de lo habitual por el tráfico que provocó un accidente. Mientras avanzaba entre la multitud curiosa, transformaba la alegría en preocupación, luego en terror.



Dos autos se dieron de frente a gran velocidad y el impacto lanzó a uno de ellos contra el parabús de uno de los puentes del parque, tres personas quedaron bajo los fierros retorcidos. Dos dentro del auto, aún agonizantes y una más bajo las ruedas del mismo. Los paramédicos llegaron al mismo tiempo que Julio. Su prioridad era sacar a quienquiera que estuviera bajo el auto, pero las maniobras tendrían que esperar la llegada de una grúa. Uno de ellos tomaba la mano de quien parecía una mujer joven y hacía señas a sus compañeros indicando que no había más que hacer. No esperarían la grúa. La prioridad ahora eran los ocupantes del auto.



La muerte pasó rozando el hombro de Julio, como advirtiéndole que no había mucho que ella le pudiera ofrecer, sino la señal inequívoca de que no tenía nada más por que permanecer en ese lugar y, si lo hacía era mejor que ayudara, pero aparecer como mórbido mirón en las placas del fotógrafo de la ambulancia no era una opción. Una de las tantas fotografías retrató lo que Julio podía ver ahogándose en un grito: detrás de una llanta se asomaba lo que parecía una bufanda blanca. La sangre no dejaba nada claro, pero el paramédico que anunció que no había más que hacer, llevaba una boina blanca en la mano. La devolvió al piso en el instante mismo que la levantó, pero a Julio le pareció tortuosa eternidad. El fotógrafo preguntó si la conocía para permitirle librar la primer barrera de curiosos, pero el respondió corriendo en dirección contraria.



Un par de cientos de metros más adelante, en el tercer puente contando desde el accidente, un pequeño grupo se tensaba impaciente ante el autobús que insistía en estirar los minutos. Ellos no alcanzaban a ver lo sucedido, cosa que hubiera relajado el ánimo general, o por lo menos, dejado un poco de conciencia. Un teléfono sonó y todos voltearon a ver a la dueña del mismo; ella, con envidiable tranquilidad, le decía a su mamá cuanto la quería y pedía disculpas por hacerla esperar, que la vería del otro lado del parque por que el autobús no pasaba. La llamada a ésta chica, que ahora se alejaba cortando paso por los árboles, sirvió como un alivio a las personas que de pronto ya no se interesaban tanto en el autobús, pensaban que qué bueno era que aún hubiera gente que diera buena cara a situaciones incómodas y que qué linda se veía con boina y mascada blancas.

jueves, 25 de septiembre de 2008

No importa

Un enorme grito resonó en las ventanas de aquel cuarto blanco.

¡Dios, pero que apretada estás! -reclamaba Santiago mientras soltaba la última gota de sudor que su pareja había exprimido sin contemplación-

Silencio.

Abotonaba la camisa un par de minutos despues de levantarse del cuerpo de aquella.

Silencio cruel.

Entonces... -decía mientras ataba su zapato izquierdo- supongo que ha sido tan placentero para ti como lo fue para mi. Como sabrás, yo...

El azote de una ventana interrumpio el monólogo victorioso.

Disculpa, siempre olvido cerrarla -dijo sonriente-, pero parece que a nadie le importa... ¿Qué, aún no dirás nada?

No hubo respuesta.

Ah, lo olvidaba, ya estás muerta.



El Doctor Santiago Palma salió de la morgue con tiempo para cenar con su familia.

Clever girl

¡Jurassic Park es mi Star Wars! Esta es la frase que he utilizado no en pocas ocasiones cuando intento defender un punto desde el fanatismo....