No le tomó ni dos minutos reponerse del relato anterior.
Quienes le escuchaban, sentados en las escaleras del patio principal, miraban
alternativamente sobre sus hombros anticipando la puñalada de cualquier otro
recluso. Jacinto tenía fama de contar vivencias y muchos se encontraban
embelesados por su voz eléctrica.
"Esperé a que la policía tumbara la puerta de la casa
de mi suegra. La cabeza del niño pierde peso cuando ya no pelea,
¿sabían?". Dijo para dar inicio a la segunda historia: Dos marlboros, la
cuota.
“No tenía nada contra su mamá del Nico, ni de su jefecita,
la pura verdad” -continuó al tiempo que le prendían un cigarro-. Es más, yo ni
quería salirme de esa casa aunque me dijeran que por malandro me iba a cargar
la chingada. Ya me habían llenado el vasito con sus pendejadas. Si no hubiera
sido por mi chavo, me cae que sí me enderezaba.
Tres semanas antes, Jacinto empezó a hacerse un nombre
dentro del presidio: la voz corrió con que había violado a un niño y él nunca
se molestó en desmentir a nadie. Aguantó las salvajes torturas que le ponen un
moño a la bienvenida al reclusorio para gente como él. Tres noches sangró por
el ano a causa de las repetidas embestidas con el mango del destapacaños. A la
semana de no dar respuesta, los cobradores de piso se desentendieron pues
sabían que nadie de afuera paga por un cogeniños. Más tiempo perdían queriendo
sacarle un sentimiento que bien podrían invertir en el call center clandestino
para extorsiones. ¿Dónde más iban a sacar sus cien varitos por hora?
La segunda semana se la pasó en el sanatorio. Si es que a
ese cuarto de tiliches con gasas se le puede llamar así. Ciertamente no era una
enfermería y para nada semejaba una clínica de cuidados intensivos. Ahí le
pararon las hemorragias con la sospecha de que se pudría por dentro y ni él
mostraba interés en mejorar.
Halló refugio del mundo dentro del mundo en aquella escalinata
a una veintena de pasos de su celda. No podía desplazarse mucho y parecía dejarse
consumir por el hambre y los espasmos que menguaba fumando un cigarro tras
otro. Alguna vez oyó decir que nadie se había muerto de una sobredosis de
nicotina, pero parecía haberse propuesto derribar ese mito.
Terminaré de contar su segundo relato antes de repasar el
primero, que es mucho más interesante, pero no el que lo mandó a este nido de
ratas.
"Neta que yo no quebré al chavito, ¡por ésta!" -Se
besaba la mano haciendo una cruz con índice y pulgar, dirigiéndose a su escucha
más cercano- Esa noche había ido por él para llevármelo a San Luis, tenía un
cuñado que me daba chamba en un taller, por la derecha, ¿ves?.
Fue su abuela la que lo tenía muerto de hambre. Le pegaba
nomás porque decía que se parecía a mí. El Nico bien noble se aguantaba los
chingadazos. ¿Su jefa? ¿Esa pendeja? ¡Qué le iba a decir a la ñora si le
soportaba todas sus puterías!
No, si yo ya estaba hasta la madre de sus chingaderas pero
pues tenía que ganarme la papa en los camiones y eso nunca les cayó chido.
Qué culpa tiene uno de nacer indio, ¿no?
Yo nomás les decía que si, que sí pero que el Nico se iba
conmigo. No me dejaban verlo. Un noche pasé cuando ya estaban todos dormidos.
Los culeros ponían el pasador por dentro para que no me metiera. Pero le dije a
mi chavo que me abriera. Tenía que pasar por unas cosas y regresaba, y que sacara
una mochila pa' sus cosas. Pero pues el morro es morrito, ¿sabes? despertó a toda la
colonia tratando de sacar la mochilota más grande y haciendo un desmadre. Apenas
me había salido de la unidad cuando vi que se prendieron las luces del cuarto y la sala. Me regresé en chinga para agarrarlo y a la verga, ¿no? Pero pos la ñora
ya lo tenía bien amachinado. El Nico pataleaba y en una de esas le dio a su
abuela en la rodilla mala. La seño se cayó en medio de la sala y agarró a mi
chavito del pescuezo. Pinche vieja, nunca tuvo más fuerzas la condenada. Y así condenada se fue al infierno la hija de la chingada porque antes de que me
mandara al Nico a dormir para siempre, le puse una verguiza que seguro atravesó
al otro lado con una pinche cara de dolor la cabrona. ¡Vieja puta!
En chinga se despertó la mamá del Nico y como veía que
estaba sacudiéndolo pensó que le había hecho algo. ¡Nel, Alondra, no mames, fue
tu jefa, AYÚDAME!
Pero pos nomás vio a su jefecita ahí desguanzada con sangre
en la cara y se me dejó venir con uñas la perra. Yo nomás quería quitármela
de encima y llevarme a mi chavito. Tu tío me va a dar chamba en San Luis, Nico,
aguántame payasito, no te me vayas todavía. Quien sabe con qué chingados me
pegó la Alondra que me dejó toda la cara caliente. Le agarré los cachetes de
marrana y le dije que le bajara de huevos, que fuera por un doctor, pero la
pendeja me seguía pegando y me mordía la mano. Y ya con la pinche calentura le
dije que se iba a la verga. Le metí los dedos en los ojos y nomás chilló como
la marrana que es con esos pinches cachetotes colgados. Se puso menos pendeja y
la puse en el suelo. Le dejé la rodilla en la garganta hasta que ya no se
moviera.
De un patín cerré la puerta de la sala y le gritaba a los pinches
metiches de los vecinos que sí, que fueran por la policía. Pero que me mandaran
un padrecito también para que guiara a mi Nico. A mi payasito que ya se sentía
frío. Ya ni pesaba su cabecita.
Ni me dejaron ir al funeral los culeros. Mi cuñado me dijo
que me fuera a la verga y que ojalá me violaran en la cárcel. Ese puto fue el
que dijo todas las mentiras. Pero pues qué chingados, ¿verdad? Pa qué se casa
con la prima de la Alondra. Estaba más de ese lado que del mío. Y apenas en las
audiencias me enteré.
A mí que me lleve la chingada. Una cosa buena había hecho en
la vida y me la arrebató una méndiga vieja.
Pero allá me la he de topar. Y si se la voy a dejar caer
bien cabrón. A ella y a la marrana de su hija.
Jacinto prendió otro cigarro.
Pero lo que les decía sobre el primer relato...