martes, 2 de julio de 2019

Chabacano

He visto la sonrisa desvanecerse de los rostros de la gente al tiempo que me inunda una alegría desmedida. Tengo la ligera sospecha de que disfruto con el sufrimiento ajeno. Pero, para ser aún más romántico, diría que absorbo la felicidad de los que me rodean.
Lo cierto es que si había un día en particular en el que quería ser tropezado por la suerte, era hoy.
Tengo un pésimo historial con el inicio de cada mes: mis doce días de terror al año. La sorpresa me es ajena, así que cuando vi el tumulto en el andén, decidí comprar algo en un puesto de fruta y disfrutar el espectáculo matutino.
Resulta que en mi linea de trabajo, conocer a las personas es algo que debo realizar en un instante. Vidas dependen de ello. Las suyas, por supuesto. Que a nadie le extrañe que me acerque fascinado a cualquier aglomeración con evidente interés.
El primer grupo de curiosos, la órbita más externa, nunca sabe qué diablos está pasando.
Justo es mencionar que soy el peor ofreciendo algún estimado de distancias o tiempos; cuando un peatón buscando indicaciones me pregunta qué tan lejos queda alguna calle, suelo contestar que "como a dos cigarros" o; si en alguna fiesta alguien cuestiona cuánto tardará fulana en llegar, yo respondería algo como "pues en caguama y media, tal vez". No es mi fuerte, lo admito, y siempre recibo miradas en blanco como reacción. Pero necesario es poner un contexto geográfico al asunto. Yo me hallaba como a treinta metros lejos del chisme. OK, mi error, en un andén del metro sí es fácil medir distancias si tomas los vagones detenidos como referencia. A juzgar por la cantidad de gestos inquietos y silbidos aleatorios, yo diría que ya tenían como cinco minutos estacionados: cuatro más la toleracia prometida por la fauna en el subterráneo.
Alguien dijo jurando por ésta que se había caído un niño. De inmediato imaginé lo terrible que sería el primer día del mes para aquella persona atravesando ese trance.
El morbo pudo más y me abrí paso a empujones con el pretexto de conocer al afectado. No me causa remordimiento mentir en casos así. Les digo que en mi trabajo vidas dependen de que descifre a la gente de inmediato o el mundo podría colapsar. Mentir es efectivo.
El segundo contingente de metiches ya está más enterado de lo que pasa pero es tan inútil e innecesario como el grupo anterior. Nadie mueve un dedo para mejorar la situación. Muchas veces prefiero estar en esta parte del acontecimiento, pasivo espectador de quien nadie espera nada y que al final se ve beneficiado por el primer núcleo: los que sí le están chingando.
Ya me imaginaba a un par de sudados maestros de primaria o empleados mal pagados esforzándose por sacar a cachitos al pobre infante desbaratado bajo las ruedas y chamuscado por las descargas eléctricas recibidas.
Una señora junto a mí me dijo que las vías no electrocutan y yo recapacité sobre si estaba pensando o hablando en voz alta mientras avanzaba.
El corazón de cada evento es imposible de penetrar. Los gritos de dolor flotaban incomodando a los presentes. Una señora derrumbada sobre sus medias rotas se había desentendido de este plano existencial y no prestaba ánimos para recomponerse a pesar del esfuerzo que dos muejres policías por levantarla. El diminuto espacio que queda entre el tren y la plataforma se había pintado de rojo en una amplia distancia. Empezaba allá donde los zapatos de la mujer quedaron después de hacer el esfuerzo por sujetarle la vida al pequeño que fue consumido entre los rieles. Trozos de tela que no portenecían a la señora adornaban desgarrados cada tantos metros ofreciéndonos una idea precisa de lo mucho que sufrió el accidentado. Había un par de personas pujando y tartando de sacar algo de entre los vagones. El dolor ya no flotaba sobre nosotros los testigos, sino que llegaba desde  el fondo del vagón y se apagaba de a poco. Todos los presentes se unieron en llantos desolados. Decidí dar media vuelta e irme en taxi al trabajo. Nunca estuve más equivocado respecto a la absurda idea de disfrutar el sufrimiento de otros. Cada que alguien piense en algo similar, tendré una imagen que insertarles en la mente para que encuentren empatía antes que soberbia.
Horas después, sin haber digerido por completo el paseo por mis peores temores, avisé a recepción para que enviaran a mi oficina a la octava persona en la lista. Tuve que reorganizar mi agenda expresa petición de esa señora en particular. Mencionó haber tenido un retraso y pidió ser atendida al final del día.
La vi entrar con pausas camaleónicas dudando entre dejar la puerta abierta o cerrada. Le pedí que tomara asiento. Entró con cabeza gacha sin permitime verle los ojos. Parecía cuestionarse cada movimiento como si contemplara todo y nada al mismo tiempo. Le acerqué un vaso con agua como precaución. Distinguí un olor aceitoso y sudoroso. El vestido, arrugado en cada pliegue delataba días de uso. Máculas de todos colores hacían difícil adivinar su color.
Después de agradecerme que le recibiera, explicó que su demora se debía a que perdió algo en el camino provocando un alboroto que se salió de control.
Le pregunté si había estado en el metro esa mañana. Dijo que sí. Que toda la linea del tren se detuvo por horas. Hundió su rostro entre las manos.
Incómodo y, sin saber cómo reaccionar ante eso, hallé coraje para pedirle que cad... De súbito, levantó el rostro desfigurado gravemente por una inmensa pena y enmarcado con lágrimas negras del barato maquillaje entregándome la sonrisa más aterradora, esa mueca carente de vida de la boca sin dientes y negra como el abismo de mis pesadillas: ¡Pero sí llegué a la entrevista!

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Clever girl

¡Jurassic Park es mi Star Wars! Esta es la frase que he utilizado no en pocas ocasiones cuando intento defender un punto desde el fanatismo....