domingo, 18 de marzo de 2018

Ayuda, pidió la puta.

De pronto había una puta parada a mitad de la sala.

El sábado empezó un poco más tarde que de costumbre. Aproveché la oportunidad para dormir más y compensar el sueño que me debo desde hace una semana: malas decisiones acompañadas de peor suerte me han arrojado al declive de moralidad y deterioro físico.

¿Pero qué chingados hacía una puta a mitad de la sala a las siete de la mañana del domingo?

Mi situación actual, si bien no es secreta, tampoco ha sido debidamente ventilada. Baste por ahora decir que tengo más tiempo en mis manos para disponer como mejor me venga en gana. Cosa errada de facto. Ni el tiempo nos pertenece, ni las excusas serán suficientes para castigarnos. Así sea en un nivel de inconsciencia sólo iluminado por el número de crudas que llevo curándome los últimos tres meses.

Sus ojos inyectados reflejaban el miedo que inundó la habitación como un suspiro. Por un momento nadie supo cómo actuar.

En cuanto el sol cayó, Pepe y yo fuimos a hacer las diligencias necesarias para que nada hiciera falta, por lo menos, durante el primer tercio de la reunión.
Uno nunca sabe cómo van a terminar las cosas; quién quedará enemistado con quién -si se derramará o no sangre-, o cuántas nuevas amistades emergerán del humo y el mal aliento.
Soy un firme creyente del estoicismo como forma de socializar. No me aseguro glorias y me limito a responder lo que se me cuestione.
Poco a poco se fueron sumando adeptos al largo tablón de madera dispuesto a mitad del patio. Viandas, alcohol y tabaco cual si de un festín para personas más ilustres se hubiere dispuesto.
Pasaron las horas con sus sinsabores y altibajos. Insultos como manera más honesta de aceptación; llanto provocado quién sabe por qué musa de la desgracia. Ustedes conocen mejor que nadie la pintura que va adquiriendo forma a manera que avanza la noche. La mañana.
No es raro que en esta casa yo me quede al final. No por terca resistencia. Sino por que hace mucho tiempo aprendí a mesurar mis malas decisiones y que éstas no sean mayores a las inmediatamente tomadas. Yo no conduzco ebrio. Si tengo la oportunidad, me apropio un rincón de la sala y cierro los ojos esperando que cuando los abra todos se hayan ido y me quede solo para cargar mi cruz.

Pero cuando los abrí había una puta parada frente a mi.

A las siete de la mañana, certeros golpes en la puerta principal me espantaron el sueño.Meta que no conseguí del todo en las casi dos horas que llevaba acostado.
Desde mi perspectiva, me bastó girar un poco la cabeza para entrever un vestido floreado y una cabellera rojiza a través de las cortinas de la ventana. El sonido de sandalias atravesando la sala me puso un poco en alerta: no es la primera vez que era despertado por algún familiar de mi anfitrión que iba a ver cómo amanecimos. Entre tinieblas distinguí una sombra que atravesó el umbral dando tumbos y se colocó a dos pasos de mi. Toda la bruma desapareció cuando tres gritos recorrieron mi espina: ¡Quién eres!, ¡Qué haces aquí!, ¡Qué quieres!

Una pinche puta con un vestido floreado entallado hasta los huesos y una cabellera más anaranjada que rojiza destrozada por la noche que de algún modo le arrojó este sitio: la sala que yo había hecho mi refugio.
Me puse de pie diciéndole que no la conozco. Sus ojos recorrían las paredes y se deslizaban al piso de madera donde, una vez contado tres pares de pies más que los suyos, los elevó a la altura de mi pecho. "Ayuda" -balbuceó- acartonada la piel y desprendiendo pánico por cada poro. Con más miedo y asco que determinación, le puse la mano en el hombro para mostrarle la salida. Pepe salió de su cuarto hecho un signo de interrogación y a empujones la sacó al patio. Aquella figura no sabía dónde estaba; tenía la marca de la muerte encima y por un segundo nos habrá confundido esta casa con el purgatorio. En tres segundos estuvo otra vez en la calle. Cruzando miradas, Pepe y yo nos reclamamos qué chingados. No hubo espacio para buscar al buen católico en nosotros. Los tiempos no están para tender la mano cuando a duras penas podemos mantenernos en pie.

Después de eso no intenté dormir otra vez. El patio parecía un sitio en abandono decadente y decidí que lo mejor a esa hora sería empezar a recoger los escombros de una noche que me escaparía a la memoria si no fuera por el miedo que aún sentía. Principalmente quería estar visible para que aquella invasora no se atreviera a cruzar la puerta otra vez.

En el largo tablón de madera donde pocas horas antes hubo una veintena de amigos animados a arreglar el mundo, aún quedaban cervezas sin destapar; cigarros a medio apagar y la estela de la derrota.

No me fui del lugar sino hasta que el sitio tuvo mejor pinta. Con dos tazas de café encima, huí del refugio improvisado para guardarme en rincones conocidos más seguros.

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Clever girl

¡Jurassic Park es mi Star Wars! Esta es la frase que he utilizado no en pocas ocasiones cuando intento defender un punto desde el fanatismo....